martes, 3 de mayo de 2011

El Arte todo lo cura


Cansancio, fatiga, el teléfono que no para, conversaciones a gritos, papeleo, discusiones, insomnio...un día de trabajo cualquiera, sólo que en esta ocasión era viernes. Ésto no es ni mucho menos un hecho anecdótico, sino que al ser viernes debemos sumarle el "no puedo más" de toda la semana. A la jornada laboral habría que añadirle esas horas extras, esas clases de alemán, esas horas dedicadas a la tesis, a la ponencia de un congreso o a la lectura del enésimo libro sobre religiones orientales.

Pero fue este viernes que, poseída por un odio visceral hacia la humanidad, me lancé directamente calle abajo hacia el Museo del Prado. Entro tranquila y gratuitamente, puesto que salgo a las 6. Las hordas de turistas se dispersan en la entrada de los Jerónimos y comienzo a deambular por las salas dedicadas a la escultura.

Las bellas Musas me dan la bienvenida a estas salas desoladas del museo: los retratos de emperadores y héroes pasados parecen no tener visitantes. Quién lo hubiera dicho!!! Antinoo sin nadie que se detenga en su belleza!!! Sin embargo, esta soledad aporta cierta intimidad, estamos los dioses y yo, los seres divinizados y los héroes junto a esta humilde y estresada mortal.

Paso a la amplia sala central dedicada al siglo XIX, donde la escultura neoclásica reina sobre la pintura. Son los mismos dioses pero reimaginados, reinterpretados: no tan toscos, con un alma menos primitiva: parecería increíble que un Zeus neoclásico pudiera raptar a ninfas, pastores o cualquier otro ser viviente. Estos dioses no son olímpicos, sino de naturaleza extraña, retorcidamente refinada.

Comienzo a recordar que llevo tacones, que he estado todo el día sobre ellos, por lo que busco un sitio donde descansar un momento. Flexiono las rodillas, tomo asiento y cierro los ojos. Y cuando los abro, allí está.

La Anunciación de Fra Angelico, s. XV. Nunca ha sido de mis favoritas, pero desde que salió en el examen del primer cuatrimestre de Arte del Renacimiento, ocupa un lugar especial en mi cabeza. Y ahí la tenía otra vez, frente a mi, en todo su esplendor, con ese azul lapislázuli brillante del manto de la Virgen y de la cúpula, ese rosa palo angelical y ese verde espléndido de la hierba. Cuanto más la observaba, más me tranquilizaba. Podría decir que, incluso, llegué al éxtasis. Un estado anímico de total paz, en consonancia con la escena.
Formalmente no ofrece grandes novedades, no es extremadamente bella ni enormemente sublime. Y aunque las líneas del dibujo estén perfectamente definidas, el color cobra tal protagonismo que pone en duda los mismísimos cimientos de la Historia del Arte.

El timbre que indica el cierre del museo me despierta del estado de ensoñación y me trae de vuelta a la realidad. Me pongo de pie, las botas apenas se resienten. Camino hacia la salida pero antes me vuelvo y sonrío al lienzo. Aunque el lunes volveré a sufrir la rutina diaria, el arte me ha reconciliado con la humanidad. Y me ha recordado ese maravilloso momento durante el examen cuando, al ver la diapositiva, pensé "ésta me la sé".

No hay comentarios:

Publicar un comentario